En homenaje al gestor, investigador y académico Manuel Danemann, fallecido el 8 de abril de 2021, publicamos esta entrevista realizada en 2004, agradeciendo y reconociendo su labor de investigación, difusión, enseñanza y puesta en valor de lo que él llamó la cultura folclórica de Chile.
Una política cultural centrada en las visiones y propuestas de los propios cultores del folclor, es, según el maestro Manuel Dannemann, la única vía válida para su fomento y difusión. Ha sido, precisamente, este contacto profundo con la gente, a lo largo de medio siglo, la principal fuente de su trabajo. Un inmenso legado que ha contribuido sustancialmente a la comprensión de la cultura folclórica y a hacer de ella una disciplina académica.
Por Rosario Mena
Varios mitos e imprecisiones respecto a lo que comúnmente llamamos cultura popular tradicional, a la dimensión autóctona o rural que generalmente asociamos a ella y a lo que consideramos folclor, quedan en evidencia al conversar con don Manuel Dannemann. Un hombre que por medio siglo se ha dedicado a rescatar, difundir y, sobre todo, comprender la cultura folclórica chilena, legando un cúmulo de enseñanza, investigaciones, proyectos y publicaciones como su Enciclopedia del Folclor Chileno, un inmenso catastro de las más diversas manifestaciones, en todos los ámbitos de la cultura, enraizadas en pueblos, campos y ciudades a lo largo de nuestro país.
La fuerza identitaria y de cohesión social, y la reelaboración de la cultura, que es una sola, dinámica y, necesariamente, tradicional, definen para él lo folclórico de una manifestación. Sin importar su origen ni su antigüedad. Ni siquiera su carácter nacional. En cuanto a la supuesta revalorización que últimamente ha vivido el folclor por parte del público en general, no es motivo de entusiasmo para el maestro, quien duda de la profundidad del fenómeno y afirma que lo único importante es que los propios cultores se valoricen a ellos mismos. En ese sentido, considera trascendente el proceso de auto conciencia vivido por nuestros pueblos originarios en el último tiempo.
Apropiación cultural
Quisiera partir haciendo algunas precisiones respecto a conceptos que parecen un poco confusos. Por ejemplo, la diferencia entre cultura popular y folclor.
– Hay países, instituciones y estudiosos que consideran que folclor y cultura popular son prácticamente sinónimos. Si adoptamos un criterio más estricto y observamos los trabajos más profundos y fundamentados, podemos, didácticamente, señalar que hay tres distintos planos: uno es el de la cultura, en términos generales, que siempre debe ser nuestro referente, nuestro punto de partida. Después empezamos a colocarle algunas adjetivaciones a la cultura y ahí el asunto se complica más. En un segundo plano, estaría la llamada cultura popular, o “cultura popularizada”, una cultura de gran difusión, que tiene un carácter masivo, que la encontramos marcadamente en el espectáculo, y luego encontramos una cultura que no tiene esa masividad ni espectacularidad, que sería la cultura folclórica. Esta no puede separarse de la cultura general, y es resultante de un proceso que tiene una etapa de popularización, de difusión, pero que luego se va decantando, adquiriendo una fuerza identitaria, de cohesión social, conservándose en algunos grupos humanos y siendo recreada, reelaborada por los miembros de esos grupos. La llamada cultura popular es más bien una cultura impuesta, por razones publicitarias y comerciales y no evoluciona ni se recrea, ni identifica a una comunidad como ocurre con la cultura folclórica.
¿Es más correcto hablar de “cultura tradicional”, para referirse al folclor?
– No, porque toda la cultura es tradicional por definición. Nosotros no podríamos aprender nuestra cultura sin una tradición. No podríamos hablar castellano si no hubiese una tradición idiomática. No podríamos usar ciertas indumentarias ni tener ciertas creencias, si no hubiera una tradición oral y escrita, oficial o no oficial. La verdad es que el uso de estos términos es confuso.
¿Entonces cómo definimos eso que comúnmente se llama tradición popular? ¿Tiene que ver con una raíz rural, aunque tenga manifestaciones urbanas?
– Definitivamente la cultura folclórica está en lo rural, en lo urbano, en lo suburbano. Habitualmente se ha asociado a la ruralidad, se ha confundido. La cultura es necesariamente dinámica, tiene procesos y cambios. Y cuando, por motivos a veces inexplicables, algunas expresiones de la cultura logran adoptar gran fuerza y enraizarse en un grupo, mantenerse en la tradición de ese grupo y ser representativas de su identidad, y cohesionar a los miembros de esos grupos, aunque sean de diversas condiciones sociales y orígenes, entonces se convierten en folclor. Como ocurre con ciertas creencias, con ciertos cuentos, con ciertas canciones, con ciertos alimentos. El error está en querer hacer definiciones y diferenciaciones muy drásticas dentro de la cultura. Todas las formas obedecen a una misma fuente.
¿Y qué pasa con manifestaciones netamente urbanas, como el hip hop, que ha sido apropiado por jóvenes, especialmente en sectores urbanos marginales y cumple una función identitaria y de cohesión social. ¿Eso puede ser considerado folclor?
– Si a eso se le ha dado un carácter propio, se le han introducido cambios y reelaboraciones y se ha cultivado con un sentido comunitario, con una pertenencia, más allá de la cultura popular, sí.
O sea, el origen, lo autóctono, no definen para nada el folclor.
– No. El origen es secundario.
¿Y el carácter nacional, en el sentido de no ser extranjero?
– Bueno, las cosas de partida no son nacionales. Son locales o regionales. Por lo demás, gran parte de nuestra cultura es foránea. Por mucho que haya sido cultivada por los aborígenes chilenos o por los criollos chilenos. Lo que importa, insisto, es el proceso de apropiación de esa cultura.
Cultores protagonistas
Se ve y se habla de una revalorización de nuestra cultura folclórica, que por siglos ha sido menospreciada. ¿En qué proceso cree que estamos en ese sentido?
– La valorización que importa es la que hacen las propias personas que practican, que cultivan una determinada forma cultural. Lo que opinen los estudiosos, los revalorizadores o los mercantilistas del tema es una cosa secundaria. Generalmente esas iniciativas de difusión responden a un carácter de espectáculo, de darle a esto un carácter masivo. Hay que tener cuidado con las revalorizaciones y ver si realmente nacen de una actitud de comprensión y de respeto real por lo que se está haciendo, o si es una cuestión transitoria, de ponerle al folclor una cobertura para que haya mucho aplauso.
Pongamos un ejemplo. En España, por ejemplo, en las fiestas, todos saben bailar sevillanas, y a lo mejor la bailan pésimo y a lo mejor no hay una comprensión del contexto del flamenco o del sentir gitano, pero igual hay una apropiación de esos bailes. ¿Cómo ve la situación en Chile? ¿Hay un acercamiento más masivo al folclor, aunque no haya una comprensión profunda?
– Yo creo que en países donde ha habido un proceso de apropiación del propio folclor, en donde saben lo que es y saben lo que hacen, puede haber mucha más comprensión que en países como éste, donde todavía hay un titubeo, de duda, de vacilación. Este es un país que todavía no está muy seguro de lo que es su propia cultura. Estamos demasiado influidos, nos dejamos llevar demasiado fuertemente. Ahora, el ejemplo que usted pone en España también podemos ponerlo en Chile con la cumbia, que la baila todo el mundo. Y a lo mejor hay que pensar que ese baile ha adquirido un carácter folclórico, porque ha sido apropiado por ciertos grupos y tiene una fuerza de cohesión para quienes lo bailan. No importa tanto de dónde viene, sino cómo funciona.
¿Cómo fue el trabajo de la Enciclopedia del Folclor Chileno?
– Esa enciclopedia, editada en 1998 y cuya segunda edición estamos ahora preparando, fue el resultado de muchísimos años de trabajo, de recorridos por distintos lugares de este país, de contacto directo con muchos cultores de la cultura folclórica, muchos de los cuales son excelentes amigos míos y no pocos han fallecido, con los que viví largas jornadas, en un contacto horizontal y no vertical, con mucho respeto, mucha empatía, mucha relación afectiva. Eso hizo que fuera aceptado entre esas personas y que pudiera recoger gran cantidad de información y material, fotografías, videos, grabaciones, y que pudiera participar directamente en sus fiestas y en sus ceremonias. De tal modo que para mí esa enciclopedia, más que ser un libro escrito por Manuel Dannemann, es un testimonio muy patrimonial de formas de chilenidad. Es un trabajo que debe ser actualizado permanentemente, ya que el folclor, como toda cultura, es muy dinámico y muy cambiante. Muchas manifestaciones van a desaparecer, otras van a ser profundamente modificadas y otras van a ser sustituidas por nuevas formas.
¿Usted cree que siempre hay que luchar por conservar las manifestaciones folclóricas o hay que aceptar la desaparición?
– Depende de cómo luchemos por conservar. Si lo hacemos de una forma leal a la cultura o de una forma presionante. Se puede crear cierta conciencia del valor de la cultura, pero no se puede gobernar la cultura como se gobierna una empresa. Hay mecanismos que inexorablemente conducen a la muerte de la cultura y se crean nuevos mecanismos. Lo funcional de la cultura, la alimentación, el juego, las creencias, se van a mantener siempre, pero las formas varían. De lo contrario sería demasiado aburrido.
Folclor a la academia
¿Cómo es que usted se inicia en este camino de exploración de la cultura folclórica?
– A través de dos vías. Por un lado, un contacto permanente, directo, desde la niñez, por razones de viajes, afinidades, por curiosidad, por interés. Más que nada la convivencia con la gente, en una plaza, en un restaurante, en un paseo, tanto en ciudades como en localidades rurales. Por otra parte, tuve la suerte, desde muy joven, recién egresado de la universidad, de haber tomado contacto con grandes estudiosos de Europa, Estados Unidos y América Latina que me impulsaron y me orientaron para poder hacer de la cultura folclórica un campo de estudio realmente sistemático, una disciplina de trabajo y no simplemente una afición superficial.
Usted es de profesión filólogo…
– Sí, pero me dediqué a los estudios etnológicos y antropológicos y tuve la suerte de trabajar en la universidad y de contactarme con grandes maestros que me enseñaron a ser modesto, a tratar de actualizar siempre los conocimientos.
Usted formó parte del Instituto de Investigaciones Musicales que jugó un rol muy importante en la investigación y la difusión en este campo…
– Sí, yo me incorporé cuando ya estaba formado por grandes maestros como Domingo Santa Cruz, Eugenio Pereira Salas y Carlos Lavín, mi más cercano maestro en el campo de la musicología. El director era don Vicente Salas y yo llegué cuando aún era estudiante universitario. Estuve en una excelente época de ese instituto que falleció en 1970, como la mayoría de los institutos de la Universidad de Chile.
¿Esta fue la primera instancia importante en el estudio de la cultura folclórica?
– La Universidad Católica tenía, en su antigua Facultad de Filosofía y Educación, algunos cursos relacionados con folclor en los que yo participé siendo muy joven. Luego acrecenté mi interés y mi dedicación en el Instituto de Investigaciones Musicales y a través de los cursos de folclor del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Chile y, posteriormente, con la creación del Seminario de Folclor como Cultura, que es un seminario interfacultades de la Universidad de Chile, que todavía existe y que reúne a estudiantes de diferentes facultades y de diferentes niveles. Después me incorporé a la Sección de Folclor de la Sociedad Chilena de Historia y Geografia, que también está en pleno funcionamiento, además de integrar organismos de otros países del mundo.
¿Cómo evalúa la importancia de la academia, de la universidad, tanto en la investigación como en la integración de la cultura folclórica en la cultura general?
– Recientemente, en la Universidad Austral en Valdivia, se produjo el Segundo Encuentro de Profesores de Folclor de las Universidades Chilenas. Hicimos una evaluación crítica y nos remontamos a 1890, cuando llegó a Chile un gran filólogo alemán que fue don Rodolfo Lenz, que traía la visión europea del estudio académico del folclor y que introdujo el estudio del folclor en la Universidad de Chile y que, en 1909, creó la Sociedad de Folclor Chileno, y ahí hubo una expansión de investigaciones, publicaciones, proyectos, algunos de los cuales han sido muy importantes, con el apoyo de Fondecyt, UNESCO, OEA y fundaciones europeas y de Estados Unidos. Esto contribuyó a una mejor comprensión de esta cultura. De modo que hay una continuidad, una serie de lineamientos, logros, hitos.Ahora podemos mirar con respeto y gratitud algunas de las tareas emprendidas y sus resultados.
¿Cuáles diría que son los principales logros?
– Haber puesto al folclor en un campo de estudios sistemático y darle un status académico. Eso se puede observar a través de programas, de tesis, de publicaciones, de encuentros, de vinculaciones entre universidades tanto dentro como fuera de Chile. Por otra parte, el haber contribuido a una discusión académica, que ha trascendido al resto del país, en cuanto a ciertos conceptos como folclor, tradición, cultura popular, de los que hablamos al principio. El tercer logro importante es haber dado una cierta orientación a lo que significa la cultura chilena, y su relación con el folclor, que tiene una especificidad local y que por su mayor fuerza identitaria, de cohesión y de reelaboración nos permite observar los cambios que va sufriendo la cultura general del país.
Etnias autoconcientes
¿Qué opinión le merece la creciente reinvindicación de las culturas originarias, la mayor visibilidad que han tenido últimamente las etnias? Ha sido notorio el posicionamiento del pueblo mapuche en la agenda pública a través de sus demandas. ¿Cómo ve ese proceso? ¿Cree que hay una mayor comprensión, que se avanza hacia una mayor integración o lo ve como una moda?
– Por un lado, lo veo con bastante satisfacción, ya que se ha cobrado una conciencia por parte de los que llamamos los pueblos originarios, acerca de la importancia cultural y social que tienen y de su situación en el contexto nacional general. Eso quiere decir que no solamente los estudiosos, los promotores, los políticos, los ecólogos, los ambientalistas se están preocupando del tema, sino que, lo que es muchísimo más importante, se están preocupando los miembros de esas etnias. Y eso es realmente trascendente. Ha habido un cambio, una especie de vuelta a lo que tiene de importante el ser mapuche, el ser aymara, pascuense o atacameño. Esto es muy valioso. En el caso de la Universidad de Chile hemos realizado encuentros de estudiosos de la universidad y de otras instituciones con los protagonistas de estas etnias, para hacer un intercambio sobre lo que implica en la actualidad ser mapuche o ser aymara. Acabamos de publicar el libro ¿Qué es ser mapuche hoy en Chile? Este libro puede ser útil para plantear qué han opinado los propios miembros del pueblo mapuche acerca de lo que son y a dónde van. Luego tendremos un encuentro con la etnia aymara, que también se va a traducir en una publicación. Es muy importante esto, porque los miembros de las etnias sienten un apoyo y un respeto de parte de los estudiosos, quienes les permiten tener una tribuna y expresar con libertad sus opiniones, recogiendo y publicando sus inquietudes. Están ocupando un lugar dentro de la voz que en Chile debemos tener todos. Una voz que hasta hace poco era muy escasa y muy controlada.
¿Cree que se está avanzando positivamente en el problema de la discriminación, que va a haber cada vez más integración?
– Estadísticamente eso es innegable. Si se observa la participación, la importancia que han tenido últimamente personas e instituciones de estas etnias en el desarrollo del país, se puede afirmar que ha habido una movilidad. Un movimiento, por cierto, con altos y bajos, con algunos errores y con algunas murallas discriminatorias difíciles de superar. Este es un país muy racista, por lo tanto hay bayas difíciles de salvar en el futuro, que ni siquiera sabemos si se salvarán por completo.
Artesanía dinámica
Hablemos de artesanía. A través de instituciones se ha intentado abrir mercados a los artesanos, tanto dentro como fuera del país, seleccionando las piezas más genuinas, promoviendo la calidad. Sin embargo, hay lugares como Pomaire, cuya artesanía se ha desvirtuado mucho. ¿Usted cree que hace falta revitalizar tradiciones y localidades?
– Ni en Pomaire ni en otros centros artesanales esa cultura ha fallecido por completo. Hay algunas de las piezas más genuinas, como las miniaturas de cocinas y cerámicas, que se mantienen hasta hoy, y hay otras que han ido transformándose. Esto pasa en muchos centros artesanales, sobre todo rurales y de escasos recursos, donde la gente necesita ganarse la vida. Entonces cae en la tentación de darle el gusto al turista, al intemediario, y se cometen cambios. Eso no significa que la artesanía haya muerto. Está lo más genuino desde el punto de vista de la vieja tradición; en un segundo plano, cosas que se han transformado y en tercer lugar piezas que están fuera del contexto de la tradición, que probablemente se autoeliminen con el tiempo, aunque pueden dejar una estela negativa. El punto aquí es que se necesitan políticas culturales, algo que, en rigor, nunca hemos tenido en este país. Esto no se puede hacer con decretos ni con la sola creación de un Ministerio de Cultura, sino de una relación muy fuerte entre cultores y estudiosos, organismos y empresarios que verdaderamente tengan las cosas claras. Desde ahí se puede pensar de qué forma se pueden revitalizar algunas artesanías, así como aceptar que otras van a morir porque están fuera de contexto en la actualidad. Y también entender que las artesanías van cambiando, como ocurre en todos los países del mundo. La artesanía no puede ser invariable. Quinchamalí no empezó como es ahora, Talagante tampoco. Las cerámicas antiguas son muy distintas de las actuales, y en su época eran las más características. Y ahora nosotros identificamos a esas localidades con las cerámicas actuales, porque esas formas vivieron un proceso y adquirieron una fuerza representativa.
Y en su opinión, ¿qué tradiciones artesanales piensa que se podrían revitalizar?
– Si nosotros acudimos a la Feria de Artesanía de la Universidad Católica vamos a encontrar un catastro y vamos a observar cómo los centros de artesanía tradicionales, como Rari, Quinchamalí y otros, mantienen en gran medida su fuerza, pero han vivido procesos de cambio. Ahora, yo creo que el hecho de que los artesanos puedan comprobar que se los valora y se les compran sus productos, en la medida que éstos sean de buena autenticidad y calidad plástica, eso es lo mejor que podemos hacer por la artesanía. Esporádicamente también se han hecho acciones como llevar a los artesanos modelos clásicos de gran factura que se han debilitado. Pero sin exigir a los artesanos que los imiten, sino como un aporte, un incentivo, una orientación. Así ha sido en pueblos muy interesantes en el ámbito de la cerámica, por ejemplo, El Copao, cerca de Pichidangui y Pueblo de Indios, en las cercanías de San Vicente de Tagua Tagua. Lo importante es que haya un diálogo con los artesanos, en donde se comprenda su situación, se les puedan hacer proposiciones y escuchar sus inquietudes.
Además está el tema de la factura. Por ejemplo, el hacer toda la cerámica en torno, y abandonar la elaboración manual, cambia la esencia de las piezas…
– La manualidad absoluta no sabemos hasta cuándo puede subsistir, Ojalá que permanezca porque es la mejor evidencia de una artesanía propiamente tal, pero tenemos que enfrentarnos a las nuevas técnicas, a los signos de los tiempos.