lunes, 7 de julio de 2025

NO SOY COMUNISTA

Por Juan Carlos Aguilera Pérez

No soy comunista. La frase se ha convertido en un pasaporte retórico para
candidatos que, mientras diseñan programas de ingeniería social, repiten con sonrisa beatífica que su proyecto no tiene nada que ver con la vieja hoz y el martillo.

Hugo Chávez la usó en 1998. “Yo no soy comunista. Ni siquiera soy socialista”, declaraba en un mitin, según El Nacional. Luego, en el año 2007, en cadena nacional, confesó: “No tengamos miedo de decirlo. Esta es una revolución socialista”. Así se selló el destino de Venezuela: inflación de seis dígitos, millones de exiliados, desnutrición infantil.


Daniel Ortega, poco antes de retornar al poder, ensayaba la misma coreografía: “Ahora somos demócratas. Aprendimos de los errores. El pueblo manda”. Años después, The Economist titulaba: “Nicaragua: la dictadura perfecta”.


Gabriel Boric, en la segunda vuelta de 2021, desplegó idéntico libreto. Recordemos algunos de sus mensajes: “No queremos destruir nada, queremos construir algo mejor”.

“Mi compromiso es con la democracia y con los derechos humanos, en todo    tiempo y lugar”. “No somos comunistas, y no lo vamos a ser”.


Sin embargo, mientras su equipo de campaña corregía afiches con mala tipografía y maquillaba el programa refundacional que su propio conglomerado había redactado, el Partido Comunista publicaba documentos internos que pintaban otro paisaje.


[Documento] Resoluciones del XXVII Congreso Nacional Partido Comunista de Chile:“Fortalecimiento del Partido a base de nuestros principios como el centralismo democrático, la unidad en la acción, la vigilancia revolucionaria, la disciplina consciente, el marxismo, el leninismo y el feminismo.”

Si esto no es comunismo, uno se pregunta qué demonios será.


La capacidad de metamorfosis del marxismo no es un accidente, sino una característica esencial. Ya lo advirtió Jean-François Revel en La gran mascarada“El comunismo nunca renuncia a sí mismo. Cuando fracasa, simplemente cambia de nombre, se disfraza de democracia radical, de populismo ilustrado o de progresismo filantrópico”.


Antonio Gramsci enseñó que el triunfo de la revolución requería primero “la conquista de la sociedad civil”, que debía lograrse por medios culturales y simbólicos, antes que por violencia. En sus palabras: “El socialismo debe presentarse como la forma superior de democracia”. (Cuadernos de la cárcel, Cuaderno 13)


Por eso, cuando se les escucha repetir “no soy comunista”, es útil recordar que Gramsci consideraba la hegemonía cultural una antesala imprescindible: la pedagogía de masas que disuelve resistencias morales.


En Chile, ese proceso tuvo su ensayo general durante el proceso constituyente, donde la retórica de la dignidad se mezcló con la amenaza sutil: o aceptabas el texto que refundaba todo, o eras un cómplice del neoliberalismo. Tras el rechazo, vino la operación cosmética: “No somos comunistas”, sino reformistas sensatos que solo quieren “transformaciones profundas” —un eufemismo que traducido al lenguaje de los manuales de Lenin significa la demolición paulatina de las instituciones liberales.


El politólogo Steven Levitsky, en Competitive Authoritarianism, describió con precisión este fenómeno:

 

“Los regímenes autoritarios competitivos se presentan como democráticos, pero manipulan las reglas informales, la opinión pública y el sistema legal para asegurar su permanencia”.


Y si alguien duda, que lea el reciente Informe sobre Derechos Humanos y Democracia de IDEA Internacional, que coloca a Nicaragua y Venezuela en la categoría de “dictaduras consolidadas”, nacidas de urnas democráticas.


Quizá la pregunta de fondo sea por qué el marxismo siempre necesita mentir sobre su naturaleza. La respuesta la dio Václav Havel, otro hombre que conoció de cerca la máscara socialista:


“El poder totalitario comienza con una mentira. No porque sea incapaz de decir la verdad, sino porque la verdad es su enemigo mortal”.

 

Havel describía el comunismo como un sistema donde la mentira pública es el cimiento, y la obligación de fingir es la argamasa que une la estructura.


Por eso, cuando Gabriel Boric prometía no ser comunista mientras proponía nacionalizaciones, disolución del Senado, consejos de justicia politizados y control cultural, muchos comprendimos que aquel guion lo habíamos visto antes.


Se podrá decir que exageramos, que no hay gulags ni brigadas de choque. Cierto. Hoy el marxismo aprendió que no hace falta quemar iglesias ni fusilar disidentes de inmediato: basta con convertir a los discrepantes en sujetos sospechosos y hacerles pagar un costo simbólico.


Si alguien cree que exagero, que lea el Acuerdo del Comité Central, donde se afirma que el rol del Partido Comunista es “orientar la conciencia política de los sectores populares” y “superar el individualismo burgués”. ¿Esto es socialdemocracia? ¿O la misma vieja receta servida en vajilla minimalista?


“No soy comunista”, repetirán una y otra vez, con la fe ciega de quien confía en que un pueblo agotado por la incertidumbre preferirá cerrar los ojos. Quizá tengan razón. Pero los que conservamos un mínimo de memoria y decencia no estamos dispuestos a tragarnos el cuento.


Bibliografía mínima y complementaria

·       Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel. Ediciones Era, 1981.

·       Djilas, Milovan. La nueva clase. Ariel, 1993.

·       Levitsky, Steven & Lucan Way. Competitive Authoritarianism: Hybrid Regimes after the Cold War. Cambridge University Press, 2010.

·       Revel, Jean-François. La gran mascarada. Tusquets, 2002.

·       Havel, Václav. El poder de los sin poder. Ediciones Encuentro, 1990.

·       Zinoviev, Alexander. Homo Sovieticus. Tusquets, 1985.

·       Comité Central del Partido Comunista de Chile. Acuerdo de enero de 2025. Disponible en pcc.cl/documentos

 

El Autor:

·      Juan Carlos Aguilera P.

Dr. Filosofía y Letras. Universidad de Navarra. Catedrático de Filosofía. Director de Empresas Familiares.

Fundador del Club Polites. Contacto: 569 91997881.

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