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martes, 23 de febrero de 2016

AMOR A LA CIUDAD


Sebastián Gray, arquitecto. Columnista de El Mercurio
Revista VD Edición N° 1.024 20.02.2016

El siguiente artículo se aplica muy bien a lo que acontece en Algarrobo:

•             La normativa legal y autoridades son en parte responsable de la degradación y enajenación de nuestro paisaje al no proteger debidamente el concepto de "bien nacional de uso público".
•             Existe un grado de libertad tal que se traduce en innumerables incoherencias y contradicciones en la construcción del entorno donde vivimos.
•             Legislador, alcalde, Director de Obras, Secretario de Planificación e inversionista se equivocan al creer el progreso se encarna en nuevos edificios completamente fuera de escala y contexto, mediocres y sin obras de infraestructura de mitigación vial.


Sin visiones de largo plazo, hemos construido ciudades de las que, aunque modernas, no hay mucho para enorgullecerse. En este sentido, el Estado tiene el urgente desafío de involucrar proactivamente a la ciudadanía en la administración y diseño de sus ciudades, para estimular un sentido de pertenencia, compromiso y orgullo cívico que es normal en todo el mundo pero aquí todavía no imaginamos posible. Como reza el antiguo dicho: "No es que la gente quiera a las ciudades porque son bellas; las ciudades son bellas cuando la gente las quiere."


Sorprende el grado de desafección y vandalismo que sufre la metrópolis chilena. Es como si la ciudad fuese una imposición ajena y lo público  -entendido como común, colectivo-  inexistente. No recuerdo en mis viajes centros históricos tan ferozmente maltratados como los de Santiago o Valparaíso. Pero qué duda cabe hoy de que el discurso de desprecio de lo público por décadas ha tenido nefastas consecuencias culturales. La legislación chilena es en parte responsable de la degradación y enajenación de nuestro paisaje urbano, pues al limitar el concepto a aquello que nuestro código civil llama "bien nacional de uso público", el problema queda reducido a una definición técnica que no corresponde a la real magnitud y complejidad de aquello que realmente constituye espacio público: un paisaje cargado de formas y significados.

Calles, avenidas y plazas están configuradas por las edificaciones, monumentos y vegetación que los rodean y, en este sentido, la voluble legislación chilena ha permitido en las últimas décadas un grado de libertad tal que se traduce en innumerables incoherencias y contradicciones en la construcción de nuestro entorno. Peor aún, nuestra legislación apenas considera participación ciudadana vinculante en procesos de planificación y diseño urbano, cosa que en otras latitudes resulta hoy natural e imprescindible.

¿Qué explica el comportamiento incivilizado y destructivo de algunos conciudadanos? No pienso solo en el transeúnte, sino en el legislador, el alcalde, el Director de Obras, el secretario de planificación, el inversionista. Se trata de una actitud fundada en una dramática falta de identidad entre ciudadano y ciudad, en la imposibilidad de ejercer una mínima influencia en el diseño y carácter de su propio entorno, alienados todos por la desaparición de monumentos, barrios y atmósferas, so pretexto de una trágica definición de progreso que se encarna en nuevos edificios completamente fuera de escala y contexto, o derechamente mediocres, o en obras de infraestructura vial de enorme impacto, pero siempre impuestas verticalmente, nunca explicadas de antemano y jamás debatidas.

Sin visiones de largo plazo, hemos construido ciudades de las que, aunque modernas, no hay mucho para enorgullecerse. En este sentido, el Estado tiene el urgente desafío de involucrar proactivamente a la ciudadanía en la administración y diseño de sus ciudades, para estimular un sentido de pertenencia, compromiso y orgullo cívico que es normal en todo el mundo pero aquí todavía no imaginamos posible. Como reza el antiguo dicho: "No es que la gente quiera a las ciudades porque son bellas; las ciudades son bellas cuando la gente las quiere."

3 comentarios:

  1. En pocas palabras una critica al alcalde, concejales, Director de Obras, Secplac y las inmobiliarias a lo que ha pasado y sigue pasando en Algarrobo. ¿Qué podemos hacer? un cambio de autoridades con visión de futuro y apego fiel de respeto y defensa de los bienes nacionales de uso público. Somos los vecinos, los habitantes de nuestra ciudad, los que tenemos que unirnos para elegir en elecciones de octubre a personas idóneas y no seguir en la alternancia de personalismos que se auto proclaman sobre la base del apoyo familiar y relaciones de amistad.

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  2. Rodrigo, arquitecto23 de febrero de 2016, 23:12

    En Algarrobo el problema está en que en nivel socio-económico-cultural que esta asociado con el gusto y eso es producto de un ambiente que se transmite desde pequeño en el hogar de los padres y abuelos, es muy bajo. La población algarrobino es de un nivel socio económico bajo. He leido que el 90% tiene ficha de proteccion social. Salvo los regalones que conocieron Europa, los algarrobinos conocen Santiago norte, centro, poniente y sur, Valparaiso y Viña. No tienen experiencias de lo que se puede hacer de una comuna como Algarrobo para hermosearla. Le dan la espalda al mar y playas. No aspirar a tener un gran muelle publico, un hermoso bulevar en el borde costero, áreas verdes y plazas. Es como no querer la ciudad en que viven, de lo contraria elegirían como autoridad a personas mas capaces y preparadas.

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  3. Patricio Gómez Bahamonde25 de febrero de 2016, 20:26

    Muy buen articulo que acierta al concluir el desprecio por el cuidado y protección del "bien nacional de uso público" y de nuestra naturaleza, convirtiendo nuestras ciudades pequeñas en moles de cemento como nichos, tapando el mar, cerrando las playas, afectando a los humedales. Y todo eso con la complicidad de alcaldes y concejales que se rinden al poder e influencias del don dinero de empresarios sin responsabilidad social ni ecologista

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