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viernes, 3 de noviembre de 2017

VOTAR. Artículo de Opinión de Agustín Squella

Artículo de Opinión
(Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan, por tanto, el pensamiento ni la línea editorial de este Diario)

Agustín Squella 
“La conducta del que no va a votar puede interpretarse de muchas maneras, y, por tanto, pierde significado político"
Columna de El Mercurio. Noviembre 03, 2017

por Agustín Squella Narducci. (*)

Lo primero que hay que hacer ante una elección presidencial y parlamentaria es disponerse a votar, incluso cuando hacerlo no constituya una conducta obligatoria.

Nuestro Congreso Nacional, en una decisión que tuvo tanto de ingenuidad como de oportunismo, cambió el sistema de inscripción voluntaria y voto obligatorio por el de inscripción automática y voto voluntario, enviando a los ciudadanos un mensaje tan frívolo como este: no se molesten en inscribirse y tampoco se molesten en ir a votar.

El oportunismo de la decisión estuvo en que nuestros parlamentarios creyeron que de ese modo iban a congraciarse con los muchos ciudadanos que no quieren oír hablar de deberes, y la ingenuidad radicó en que se contaron el cuento de que con voto voluntario los candidatos tendrían que extremar su diligencia y talento para reencantar a los ciudadanos y entusiasmarlos con la idea de ir a los locales de votación. Nada de eso ocurrió, sin embargo, en la última elección presidencial. Además, ya ven ustedes cuánto talento están poniendo los candidatos en el caso de las próximas elecciones, incluidos aquellos que postulan a la Presidencia de la República, cuya generalizada vacuidad es la tónica diaria de las campañas. Por lo demás, ¿quién dijo que había que reencantar una actividad -la política- que nunca en la historia del país ni de la humanidad ha estado propiamente encantada?

Es cierto que en el momento de las campañas la política muestra el peor de sus rostros -vean ustedes lo que fueron las primarias en USA y el posterior enfrentamiento Trump-Clinton-, pero teníamos derecho a esperar algo más de nuestros candidatos que monosílabos como "crecimiento", "no más AFP" o "resiliencia". Todo lo cual expresan diariamente con rostro de singular gravedad, mientras detrás de cada presidenciable se apiñan los rostros de los que compiten por cargos en el Parlamento, mucho más preocupados de sus propias votaciones que de la del que en ese momento habla a las cámaras.

Votar significa ir el día de las elecciones al local correspondiente, recibir la papeleta y marcar una preferencia, o, si el menú resulta demasiado malo, no marcar ninguna y entregar el voto en blanco. Blanco se considera también el voto en el que, sin marcar preferencia, el votante raya o escribe algo que manifiesta su desagrado con la votación o con los candidatos que participan en ella. Voto nulo, por su parte, es aquel, y solo aquel, en el que el votante marca más de una preferencia, de manera que, a diferencia de lo que suele creerse, no anula su voto, sino que vota en blanco, aquel que, sin marcar preferencia, raya el voto o escribe en este cualquier mensaje que le parezca del caso.

Quien vota en blanco, vota. No marca preferencia, es cierto, pero manifiesta una opinión bastante clara ante los nombres que se le ofrecen: ninguno le parece adecuado. El votante en blanco, por decirlo de esta manera, encamina sus pasos al restaurante, se instala en una mesa, pide el menú, devuelve este y se retira sin comer, y no porque no tenga hambre, es decir, ganas de participar, sino porque los platos que aparecen en la carta le parecen todos indeseables. Es efectivo que muchas veces ese votante opta por el mal menor, o sea, por el plato que le parece menos malo, o, como en nuestra próxima contienda presidencial, elige votar en contra de lo que le parece peor.

¿Cuántos que votarán por Piñera o por Guillier lo harán sin ninguna convicción en los méritos de uno u otro y únicamente para evitar que la centroizquierda siga en el poder o que la derecha lo recupere? ¿Hay respeto y adhesión a esos dos candidatos o se trata solo de evitar que gane su contrincante?

La conducta del que no va a votar, en cambio, puede interpretarse de muchas maneras, y, por tanto, pierde significado político: se quedó dormido, le dio lata, partió a la playa, hizo un asado, está contra el sistema, todos los políticos le parecen corruptos, perdió la fe en las elecciones, está decepcionado de la democracia, cree que su situación no mejorará un ápice cualquiera sea el resultado, y así.

Marcar una preferencia es un acto ciudadano. Votar en blanco también. Abstenerse no lo es.

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(*) Abogado, periodista y doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Ex rector y profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Valparaíso. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Morales del Instituto de Chile. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2009). Autor, entre otros, de los libros “Democracia, derechos humanos y positivismo jurídico”, “Introducción al Derecho”, “Filosofía del Derecho”, “Deudas intelectuales”, “Lugares sagrados”, “Igualdad”, “Libertad”.

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