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lunes, 6 de abril de 2020

EL AGUJERO QUE SE CIERRA Y SE VUELVE A ABRIR

Por Pablo Salinas

Es hasta cierto punto entendible que los científicos se apuren en converger en declaraciones que apunten al carácter zoonótico del COVID-19. Que se apuren en exponer resultados de estudios demostrando, dentro de lo posible, que el nuevo virus es de alguna manera un traspaso genético desde un huésped animal al humano. Es entendible porque es lógico que la comunidad científica busque desactivar cuanto antes un rumor que no deja de despertar un grado de adhesión nada trivial y, para el gremio, molesto e incluso peligroso, como el de que este raro nuevo virus, esta nueva gran amenaza que sombrea el planeta entero, es creación de laboratorio. Eso de marcar como punto de arranque de las grandes plagas desde que el ser humano estableció estructuras sociales más desarrolladas, básicamente la antigua Mesopotamia y el nacimiento de la, digamos, "vida de granja" -que empujó a una convivencia más estrecha con los animales-, se establece más como una tesis que como cuestión comprobada. Pero, en fin, hay que explicar las cosas de alguna forma y el intercambio de enfermedades, desde el animal al humano y viceversa, parece ser la más, de alguna manera, plausible.
Lo que, en cambio, se entiende mucho menos es que la voz de la comunidad científica se siga atendiendo con tal grado de sumisión y ausencia de cuestionamiento. Que hoy vivamos rodeados de aparatos, máquinas, televisores y dispositivos computacionales de toda forma y tamaño, que solo hace cincuenta años atrás habrían resultado propios de una ficción alucinada más que de la realidad cotidiana, genera un efecto nada positivo -en rigor, estúpido-: el de la infalibilidad.

Pero la comunidad científica falla. A cada rato falla. Lo que es lógico, humano, real. El conocimiento científico no solo es limitado, sino que -parece que conviene enfatizarlo- el grado de error, incertidumbre, imprecisión y nebulosa es aplastantemente superior al de las certezas.

Por edad me tocó vivir en primera fila lo del agujero de la capa de ozono. Fines de los ochenta, la perforación descubierta sobre la zona antártica se anunció que avanzaba a un ritmo vertiginoso; el asunto alcanzó pronto una cobertura mediática potente. Según los alarmantes dictados de la comunidad científica de entonces, eran precisamente países como Chile y Argentina, por su ubicación, los directamente afectados por este grave trastorno en el escudo protector de las radiaciones nocivas, que de no enfrentarse con medidas urgentes lo más probable era que terminara expandiéndose por gran parte del planeta. Se convocó a un encuentro intergubernamental, el Protocolo de Montreal, donde, tras reediciones anuales, se llegó a un principio de acuerdo para regular la emisión de los gases detectados como responsables de la brutal desaparición del ozono de la estratósfera. Principalmente los famosos clorofluorocarbonos -CFC-. Millones de personas en todo el mundo asociamos desde entonces cualquier tubo de spray con el principal agente devorador de la capa de ozono, y dejamos de usarlos, o bien redujimos en forma drástica su uso.

Treinta años después, ¿qué pasó con el agujero en la capa de ozono en la Antártica? Se ha reducido drásticamente, todas las alarmas se apagaron. Pero, ¿qué pasó realmente? ¿Tan efectivas fueron acaso las medidas adoptadas en el Protocolo de Montreal? Lejos de eso, la capa de ozono recuperó su estado en forma natural. Sí. Lo demuestran los estudios hechos en fecha reciente, los que, claro, ya tienen muy poca prensa. Los grandes productores de los CFC, lejos de bajar cortina, solo disminuyeron su ritmo de fabricación. Por lo demás, al contrario de lo que creímos millones en los ochenta, los CFC no eran los peores entre los peores. El bromuro de metilo es 60 veces más destructor del ozono y sale apenas mencionado en el famoso Protocolo. Se sigue usando hoy ampliamente en todo el mundo como pesticida, pese a la contundente evidencia científica en su contra. Presente en proporciones mínimas en forma natural en la atmósfera, el bromuro juega un rol todavía incierto, en rigor, para la ciencia.

Y mientras el capítulo del agujero de la Antártica, tras décadas, parecía cerrarse, recién hace pocos días se abre de golpe, sin aviso, otro, ahora en el Ártico. Y como entonces, más preguntas que respuestas. Más interrogantes, hipótesis y cálculos aproximados, que certeza, precisión y recetas de manual. El advenimiento de la física cuántica necesariamente empujó todo rigor y criterio científico hacia enfoques que no se cierren a ninguna posibilidad y que ensanchen su rango de tiro más allá de lo que dicta cualquier condicionamiento o rigidez de ley consagrada. Esto aplica con especial coherencia en el ser humano y su estructura corpórea, como gran y complejo ecosistema, que al igual que el del planeta mismo, escabulle indefectiblemente revelar los misterios de su comportamiento ante el mero análisis de la materia y el simple escrutinio de la razón.

" Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no representan necesariamente el pensamiento de Algarrobo Digital "

2 comentarios:

  1. La ciencia avanza con el tiempo en la medida que el ser humano la cultive, pero los acontecimientos que la naturaleza nos otorga son multifactoriales y la prediccion se hace compleja. Lo otro sobre el coronavirus, me hago la pregunta: ¿ si hace decadas los chinos faenaban y se comian los murcielagos, por que ahora surge el virus y no antes? Si un pais investiga la procedencia y se descubre que fue fabricado, lo que vendria seria impredecible.

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  2. Hoy, todos nos hacemos la misma pregunta: es un virus de laboratorio, y metieron al pobre murciélago como el malo de la película? En lo personal, creo que así es. Este covid19 es otro Bicho más, de una larga caterva de bichos que las potencias mundiales vienen desarrollando hace décadas, con el último objetivo de la supremacía política y económica del planeta.
    Y, lo más triste, es que no se detendrá, sino hasta que alguno logre su propósito, dejando a su paso su marca de horror.
    Dadas así las cosas, negro futuro para el mal llamado "homo sapiens", que de sapiens tiene muy poco.

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