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domingo, 15 de septiembre de 2019

EL MEMORABLE DEBUT DE CAFUSO EN ISLA NEGRA

Por Pablo Salinas

Anoche se presentó Cafuso a sala llena en el Museo Neruda de Isla Negra. El trío santiaguino tiene un lazo fuerte con el litoral: Pablo Pizarro, bajista y también, se podría decir, su líder, es hijo de Roberto Pizarro, escultor radicado en Isla Negra hace ya muchos años. Como músico, a Pablo lo hemos podido ir viendo crecer a través de presentaciones que ha venido haciendo con relativa frecuencia en distintos puntos de la provincia. La de anoche, sin duda, la presentación más relevante hasta ahora. La más esperada. 

El proyecto Cafuso -primigeniamente el tándem Pizarro y José Vinot, percusiones- suma a Cristián Gallardo, el más experimentado, y de esta manera alcanza su primera madurez. El voz propia de Pizarro había empezado a despuntar tras su conexión con Ernesto Holman. El tránsito desde balbuceos pronunciados a la sombra de ese gran maestro de la música chilena hasta una propuesta que se sostenga por sí misma, donde se reconozcan influencias, no barandas de apoyo, es un trayecto largo. Muchas veces larguísimo, y cuesta arriba. El sonido de Cafuso ahora dejó atrás cualquier rastro de tutoría y camina con suficiente aplomo y solvencia.
En las generaciones jóvenes de músicos chilenos existe toda una corriente que se interesa por conectarse con la raíz, lo que antes se entendía por folklore, los sonidos que definen nuestra identidad local. La manera cómo Cafuso plantea este diálogo es particular, rara, y, en este sentido, altamente atractiva. El bajo de Pablo, las letras y composiciones mismas de Pablo, pueden traer ecos de Congreso -la huella de Holman-, pero los puntos de unión con la mítica banda quilpueína son mucho menos que los que marcan distancia. Cafuso es, primeramente, un trío de jazz. Que interpreta canciones cantadas por un vocalista que lo hace como un cantante de rock. La métrica rítmica se mantiene dentro de las claves más netas de nuestro acervo sonoro, y el peso de los solos queda a cargo del saxo alto de Gallardo, que frasea con incombustible virtuosisimo y asomos de free jazz. Cierra el círculo -o, quizá, también lo inicia- José Vinot, con seguridad el percusionista más creativo de su generación, que ejecuta con exquisito pulso su personal batería que integra bombo legüero, marimba de shonta y un hit-hat.

Lo de anoche fue una descarga de buena música a secas, donde las definiciones y ajustes estilísticos pasan a segundo plano por la contundencia de una experiencia sonora de efecto electrizante.

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