Por Pablo Salinas
Neruda llega a Isla Negra en 1939, cuando le compra una cabaña de piedra al marino español Eladio Sobrino (según Arturo Aldunate Phillips, el monto fueron 30 mil pesos, que algunos editores interesados en sus futuros libros le cancelan directamente al propietario). Sabemos, porque él mismo nos lo cuenta en sus memorias, que su intención es hacer de esa casa un "sitio de trabajo" (en lo más inmediato, para el desarrollo de su Canto General).
Este acto deliberado de elegir este litoral, este segmento específico de las costas de Chile, como lugar para la creación literaria tiene, quizá, un solo antecedente más o menos visible, el de Magallanes Moure quien, algo más de veinte años antes, había elegido Cartagena como punto de inspiración y escritura de sus poemas. Podemos recordar también a Jenaro Prieto, quien también alrededor de 1939 compra junto a sus hermanos el fundo El Convento, donde terminará radicándose y desde dónde seguirá escribiendo regularmente sus crónicas para distintos medios santiaguinos, pero, en estricto rigor, el lugar es más bien rural, próximo al balneario de Santo Domingo pero relativamente apartado de la costa.
Respecto a Neruda, es interesante relevar que la de Isla Negra no fue la única casa donde el poeta alguna vez residió en este litoral. Hacia fines de 1948, obligado a la clandestinidad por el gobierno de González Videla, Neruda, junto a Delia del Carril, pasa varias semanas oculto en una rústica cabaña de madera, entre Punta de Tralca y El Quisco, propiedad de Francisco Cuevas Mackenna (poco después, atravesará la cordillera, viviendo en el exilio casi tres años). Nuevamente es el mismo Neruda quien nos deja un particular testimonio de esta casi desconocida "residencia quisqueña" en su "Crónica de San Pancho", escrita en enero del 49 y dedicada a la pareja propietaria de la cabaña.
En más de 30 años vinculado con estas tierras, es obvio que Neruda visitó otros puntos de estas costas. Como Algarrobo, por ejemplo, que le inspiró la creación de -al menos- dos poemas. Uno, dedicado a la palma y el pino de la casa de su amigo Julio Donoso Larraín -ubicada justo a los pies de la iglesia La Candelaria-, y, otro, al bosque de la quebrada Las Petras, que aparece en su Tercer Libro de Odas, publicado en 1956, y que arranca con un "las mansiones nuevas de Algarrobo"...
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