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lunes, 8 de junio de 2015

LLEGÓ El OTOÑO ….


LLEGÓ El OTOÑO ….

Nuestra vida ocupa en el tiempo del universo un espacio tan pequeño que no existen números decimales comprensibles -en nuestra mente- para expresarlo en forma cuantitativa. Sólo se puede decir, que somos pequeñísimas milésimas de segundos dentro de la historia del universo. Es muy breve, no nos damos cuenta cómo transcurren los días, las semanas, los meses y las estaciones del año. Somos pasajeros del tren de la vida que, muchas veces, bajamos las cortinas y no vemos el exterior, u otras veces, nos adormilamos y evadimos. Pienso en esto, por cuanto, el fin de semana pasado, encontrándome sentado en la banca de jardín de mi casa en Algarrobo, contemplando la belleza de un cielo azul completamente limpio, sin contaminación alguna, sintiendo el alegre canto de los pájaros revoloteando felices, viendo los ojos de una colorida y hermosa lagartija que me observa y luego, y se escondía rápidamente entre un centenar de hojas de multicolores tonos que nos regala el otoño, recién ahí, caí en cuenta que estaba en presencia de la llegada del otoño.


Por los afanes de la vida y no darnos tiempo para observar la naturaleza, sin regalarnos instantes para disfrutar de los silencios en nuestro interior, pensar, recordar, dejarnos llevar como una hoja por el viento, no me había dado cuenta de lo que el otoño invita y significa. Recordé un excelente artículo escrito años atrás por el conocido profesor de literatura y poeta chileno, Cristián Warnken. Lo busqué en mi baúl de mis tesoros, y ahora lo quiero compartir con ustedes.

En mi caso, ya en los 71 años, me encuentro en el otoño de la vida. El color del pelo negro hoy es blanco plateado y escaso. Mis ojos y rostro tienen las marcas de las arrugas de los años vividos. El cuerpo no tiene la agilidad de la juventud del verano. Es un lento apagarse para descansar e invernar, para volver a disfrutar la vida con la primavera. Ya no somos los de antes. El cuerpo se va cansando, pide tregua, sosiego, pero los anhelos, los sueños de juventud siguen vivos con igual pasión, y quizás, mayor intensidad al ver que el tiempo se nos acorta. Queremos hacer o lograr lo que no pudimos o no hemos terminado. Algo hice y algo avanzo, no estoy paralizado. Me acompaña una gran satisfacción de logros en esta etapa de la vida dorada. Son mucho más los recuerdos felices que algunos oscuros días de dolor, tristeza y desamparo. He sido feliz y con ese recuerdo espero la llegada del invierno. Siento, que lo he sido y soy, está expresado en mi caminar testimonial siendo fiel a buscar utilizar al servicio de los demás los talentos que Dios me ha dado y el sentido que le he dado a mi vida. Henry Van Dyke (1852-1933) norteamericano, escritor, poeta y pastor de la iglesia presbiteriana, autor de la obra “La historia del otro Rey Mago”, escribió “La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos”.

MANIFIESTO DE OTOÑO

Cristián Warnken Lihn (Chile. Santiago, 1961)
Profesor de literatura, comunicador, poeta
Entrevistador y conductor de televisión.

Le pido a una vecina que, por favor, no barra las hojas de otoño que se han acumulado estos días en nuestra vereda común. Me mira extrañada. Sonríe. Comprendo que sea difícil entender a un vecino que defienda el derecho de las hojas de los liquidámbares y los “ginkgo biloba” a permanecer ahí, para ser contempladas, para ser pisadas (algunas crujen), para jugar con ellas. Las hojas del otoño en nuestra ciudad desafían nuestros intentos de tener todo bajo control. Innumerables hojas amarillas, rojas, castaño, caen y caen sin tregua, como diciéndonos: “Todo cae, pero caer es hermoso. Eres también una hoja de tu propio otoño, batida por el viento, déjate caer”.

Somos pasajeros. Destellos en la noche. Pensamos que aceptar eso con resignación significa asumir una humillante derrota, la derrota ante la finitud y la muerte. Pero el mismo otoño —gran maestro de las estaciones— se encarga de enseñarnos que envejecer y declinar es bello. El otoño no se hace implantes ni liposucciones a sí mismo. No busca prolongar artificialmente la primavera, esplende con el máximo de intensidad en el momento mismo de eclipsarse, igual que las estrellas que, cuando colapsan, estallan en un espectáculo pirotécnico de adiós. El cielo se ha encargado de hacer del ocaso una fiesta y no un funeral. ¡No barramos las hojas de este otoño, dejémoslas el máximo tiempo posible acompañarnos en nuestro fugaz paso por esta tierra! Si los niños no pisan las hojas de otoño desde temprano, ¿qué tipo de adultos serán mañana?

La mayor parte de nuestras neurosis, frustraciones, rabias y falta de sabiduría para vivir nacen en que nadie nos ha enseñado a envejecer y a morir. Salvo el otoño. Pero para mirar y aprender de las alfombras de hojas, hay que tener tiempo. ¿Y quién tiene hoy tiempo? No tenemos ni tiempo para detenernos para entender que nosotros mismos somos el mismo tiempo que se nos va. En estos días vertiginosos, en que malgastamos la poca vida que nos fue dada en tacos interminables, en correr de asunto en asunto, de “evento” en “evento” como sombras, y en que hemos dejado de vivenciar la vida como el mayor acontecimiento de todos, es bueno arrimarse a un árbol de otoño. Permanecer junto a él lo más que podamos y decir como Fausto, embelesado y redimido ante Helena: “El espíritu no mira ni hacia delante ni hacia atrás. Tan sólo el presente es nuestra felicidad”. Es interesante que el arquetipo del nihilista, el Fausto que no sabe gozar del presente —salvo en este diálogo con Helena y en la escena final de la obra— y es devorado por sus deseos insaciables y el futuro, encarne por un momento lo que el mismo Goethe llamó “la salud del momento”.

Mientras miro embelesado caer las hojas de los árboles de este otoño, compadezco a los que veo correr desaforadamente tras un éxito ilusorio y vano. ¿Qué Presidente de la República, político, empresario o estrella de rock tiene tiempo para perder deambulando entre las hojas, con amigos y no con asesores o guardias personales? ¿Cuántos de nosotros mismos no estamos secuestrados por nuestros propios éxitos? Pregúntate dónde está “tu” otoño, cuántas hojas contaste en la vereda de tu calle, y serás mejor gobernante, mejor empresario, mejor artista, mejor hombre. No es en las encuestas, en los focus groups, en los indicadores económicos, en los gráficos de fastidiosos y monótonos power-points donde están las respuestas. La respuesta, como dijo Bob Dylan —que está cantando mejor que nunca a sus 70 años—, “está temblando en el viento”. No es cierto que para ser un mejor país necesitamos sólo más “emprendedores”—como se repite tanto hoy—. Lo que el mundo necesita hoy con urgencia son más contemplativos, más sabios, más habitantes del instante, más guardianes del otoño. Por eso, querida vecina, no barra esas hojas, que no son hojas sino espejos, letras de un alfabeto inmemorial que de nuevo debemos aprender a leer, para volver a ser.

Fuente: Diario El Mercurio de Santiago (Chile). Mayo 10, 2012

1 comentario:

  1. Un excelente articulo que nos invita a reflexionar en tiempos que todas corremos y nunca nos regalamos un tiempo para nosotras. Sigan publicando este tipo de artículos. Por ejemplo sobre la primavera, que es tiempo de rebrote, de una nueva oportunidad para intentar vivir más en plenitud

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